sábado, 5 de julio de 2025

Reflexión...

 






A veces, me caigo.

Ayer fue uno de esos días. Esperaba que salieran las notas del tribunal de la oposición, y no fue así. Esa espera, esa incertidumbre que se alarga y se clava, me hizo perder el equilibrio emocional. Tuve que recurrir a la medicación de rescate. Y aunque sé que no es un fracaso hacerlo, me dolió. Mi cabeza entró en bucle. Los pensamientos intrusivos, negativos, hirientes… volvieron con fuerza.

No me apetecía hacer nada. Ni hablar con nadie. Me sentí apagada por dentro.

Hoy tenía planes: iba a ir al festival PortAmérica con mis amigas y mi hermana a ver a Melendi. Un plan bonito, ¿no? Pero en lugar de ilusión, sentí pánico. Pánico real.
Pánico de que me vieran después de tantos meses difíciles. Pánico de que notaran en mi cuerpo las secuelas de todo lo que he pasado. Miedo a estar rodeada de gente, de ruido, de miradas. Y también con el impulso del atracón y del vómito. Esa vieja trampa que me promete alivio pero siempre me deja más rota. 

Cinco minutos. Solo eso. Cinco minutos de parar, respirar y recordarme que no puedo dejar que esto me arrastre. Que tengo que seguir. Que tengo que luchar, aunque sea con pasos pequeños, aunque tiemble por dentro.

Pero lo haré de forma controlada, escuchándome. Iré con mi kit de emergencia emocional, con mis herramientas, con mi red de apoyo. Y si en algún momento necesito parar, lo haré.

Y además, como si no fuera suficiente, tuve que luchar también con la sed. Esa sed que no es de agua. El impulso de calmarme con alcohol, de anestesiar el vacío.

Pero por la noche… por la noche algo dentro de mí dijo ya.

Hoy voy a ir al concierto. No para aparentar nada. No para forzarme. Voy porque quiero superarme, porque merezco vivir también los momentos bonitos.

No sé cómo saldrá. Solo sé que no me rindo.

Por si a alguien le ayuda, os dejo mi "kit de emergencia emocional".

🕒 ANTES DE SALIR

  1. Revisa tu cuerpo con cariño:

    • ¿Tengo hambre real? ¿Tengo sed? ¿Estoy cómoda con la ropa?

    • Elige ropa que te haga sentir segura y ligera.

  2. Llévate contigo:

    • Una pulsera o anillo que puedas tocar si sientes ansiedad. Yo tengo uno de cuentas que me regaló Nuris hace muchos años y siempre me da calma y me ayuda a orientarme, literalmente ya que me cuesta distinguir derecha de izquierda...salvo cuando son las votaciones eh 😃.

    • Chicles o caramelos sin azúcar (para calmar el impulso oral sin recurrir a otra cosa).

    • Una botellita de agua.

    • Tu medicación de rescate, si la necesitas.

  3. Frase ancla antes de salir:

    “Puedo estar incómoda y aún así seguir adelante con amor hacia mí.”


🎶 DURANTE EL CONCIERTO

  1. Zona de seguridad:

    • Ubica un punto tranquilo al que puedas ir si necesitas un respiro.

    • Informa a una persona de confianza de cómo te sientes.

  2. Respiración 3-4-5 (si te desregulas):

    • Inhala 3 segundos

    • Retén 4 segundos

    • Exhala lento 5 segundos

    • Hazlo 3 veces tocando tu pulsera o el borde de tu pantalón.

  3. Pensamiento protector:

    “No estoy sola. Tengo derecho a disfrutar a mi ritmo. Nadie ve lo que yo veo de mí.”


🌙 AL VOLVER A CASA

  1. Ritual de vuelta a la calma:

    • Dúchate con agua templada, si puedes.

    • Pon una luz cálida y música suave, Coldplay siempre es mi elección.

    • Escribe en una libreta: ¿Qué fue lo mejor de hoy? ¿De qué me siento orgullosa?

  2. Frase de cierre del día:

    “Hoy no gané la batalla perfecta, pero elegí luchar sin dejarme caer. Y eso me honra.”

     

Un beso, nos leemos...V.

jueves, 3 de julio de 2025

Sobrevivir sin saber que una está sobreviviendo...


 


Capítulo 1

Durante años no supe que lo mío tenía un nombre.
No era ansiedad. No era trauma. No era trastorno.
Era simplemente yo. O eso creía.


Pensaba que vivir con miedo era lo normal. Que la tristeza que se instalaba en el pecho, esa que no se quitaba ni con música ni con abrazos, era parte de crecer. Que no dormir bien, tener el estómago encogido, odiar los espejos, sentir culpa después de comer, vivir con el cuerpo en alerta... era lo que a todos les pasaba pero nadie decía.
Así que lo callé. Lo envolví todo en silencio. En años de silencio.


Empecé a sobrevivir antes de entender lo que significaba esa palabra.
Sobreviví cuando, de niña, me rompieron la inocencia y me enseñaron a tener miedo del contacto, del cuerpo, del deseo, de los demás.
Sobreviví cuando, muy pequeña, aprendí a dejar de confiar.
Sobreviví cuando nadie me preguntó si estaba bien. Cuando no había palabras. Solo miradas esquivas y secretos.


Fui la niña buena, la lista, la educada, la callada.
Porque si cumplía, si me portaba bien, tal vez dejaría de doler.
Pero no dolía menos. Solo dolía en silencio.


En la adolescencia el dolor cambió de forma. Se volvió hábito.
Me peleé con la comida, con el cuerpo, con el espejo. Me perdí en atracones que me vaciaban y en vómitos que me castigaban. Comía para silenciar, vomitaba para olvidar. Y cuando no hacía ninguna de las dos cosas, simplemente me odiaba.
Pero ni siquiera sabía que eso era un trastorno. Solo pensaba que estaba defectuosa. Que el problema era yo.


Crecí y aprendí a funcionar. A sacar buenas notas, a parecer fuerte, a no faltar al trabajo. A ser eficiente. A no molestar.
Me convertí en la mujer que “lo puede todo”. Hasta que el cuerpo dijo basta.
El cuerpo siempre lo dice antes que tú.
Empieza con no dormir. Luego vienen las crisis de pánico, la taquicardia, el temblor. Después llega la niebla mental. Y al final, una mañana cualquiera, simplemente no puedes más.


Sobrevivía cuando iba al trabajo con un nudo en la garganta.
Sobrevivía cuando estudiaba con lágrimas secas en los ojos.
Sobrevivía cuando decía “estoy bien” por costumbre.
Sobrevivía cuando me tragaba todo lo que necesitaba decir.
Sobrevivía cuando comía con culpa o dejaba de comer para sentir que tenía el control.
Sobrevivía cuando me decía que no tenía derecho a descansar, a sentir, a parar.
Y entonces, un día, algo se rompió. O se abrió. O se reveló.

Fue una mezcla de agotamiento, duelo, miedo y claridad.
Un “ya no puedo más” que no vino con rabia, sino con una especie de rendición dulce. Como si, por primera vez, mi cuerpo y mi mente se pusieran de acuerdo para decir: necesitamos ayuda.


El principio de verme. De nombrarme. De empezar a decir esto no está bien.
El principio de permitirme llorar sin culpa.
De contar la verdad sin adornarla.
De dejar de justificar el daño ajeno.
De sentarme frente al dolor y no salir corriendo.
No fue magia. No fue inmediato. Y aún no está resuelto.
Pero ese día comenzó algo distinto.


Y si tú estás leyendo esto con la sensación de estar aguantando de más, si te identificas con lo de “funcionar” aunque por dentro estés temblando…
Solo quiero decirte algo que me habría gustado que alguien me dijera a mí:
No estás loca.
No estás rota.
No estás sola.
Solo estás sobreviviendo.
Y eso no es vivir.
Pero se puede volver a empezar.
Incluso desde ahí. Incluso desde el fondo.


¿Cómo saber si estás sobreviviendo?

  • Si te cuesta respirar y no sabes por qué.

  • Si todo lo haces por obligación, incluso dormir o comer.

  • Si sonríes por fuera pero por dentro te estás apagando.

  • Si te sientes culpable por descansar.

  • Si tienes miedo constante a fallar, aunque estés agotada.

  • Si sientes que nadie te ve del todo, ni siquiera tú misma.

  • Si tienes que recordarte a diario que vale la pena seguir.

Si te reconoces en esto… no estás sola. No eres rara. Estás sobreviviendo y eso también es señal de fuerza, aunque estés cansada de demostrarlo.

 

"Durante años quise desaparecer. Hoy, quiero aprender a quedarme."


Os dejo una de mis canciones y de dos de las personas que más quiero Andre y Nuris. Gracias por ser y estar, a pesar de mí.

Nos leemos.

V.

martes, 1 de julio de 2025

A pesar de todo…


 Introducción


No escribo esto para contar mi vida. Ni para hacer un resumen de mis heridas, ni para recibir compasión. Escribo esto porque, durante mucho tiempo, pensé que estaba sola. Que lo que me pasaba no tenía nombre, ni explicación, ni salida. Que había algo roto en mí que nadie más podía ver.


Y ahora sé que no es así.


Sé que hay otras mujeres —quizá tú, que estás leyendo esto— que se levantan cada mañana con un nudo en el pecho, con una historia silenciada, con un cuerpo que no sienten suyo, con una lucha interna que no cabe en una palabra. Mujeres que estudian, que trabajan, que sonríen… y que por dentro, a veces, solo quieren que todo se detenga un poco.


Si esta historia puede servir para que alguien se sienta un poco menos sola, un poco más comprendida, un poco más sostenida… entonces habrá valido la pena escribirla.


Porque seguir en pie también es una forma de victoria.

Y tú también puedes.


Para mi Potranquita...gracias hermana del alma!

Un beso, V.



Nueva etapa...

 

Hola a todas y todos, Durante un tiempo, este blog estuvo en silencio. Un silencio necesario. A veces la vida nos obliga a hacer pausa, a mirarnos por dentro, a reconstruirnos desde lugares que no siempre se ven. Hoy vuelvo, con otra mirada, con más calma, con más verdad. No soy la misma que escribía aquí hace un año. Y eso, en realidad, es una buena noticia. A partir de ahora publicaré cada martes, jueves y sábado. Serán entradas donde seguiré compartiendo recursos educativos, pero también reflexiones, pensamientos y emociones que nacen de un proceso personal profundo. Porque escribir también es sanar. Y porque hay experiencias que, aunque no se cuenten, merecen encontrar su voz. Gracias por estar, por volver, o por llegar por primera vez. Comienza una nueva etapa. Con cariño, Vero – A clase con Vero

Reflexión...

  A veces, me caigo. Ayer fue uno de esos días. Esperaba que salieran las notas del tribunal de la oposición, y no fue así. Esa espera, esa ...