viernes, 25 de julio de 2025

25 de xullo: Día de Galicia 💙 Un día para sentirnos casa...

 






Cada 25 de xullo, Galicia celebra moito máis ca unha data no calendario. Celebramos quen somos, de onde vimos e cara onde queremos ir. É o Día de Galicia, tamén coñecido como o Día do Apóstolo Santiago, patrón de Galicia e de España. Un día que ten raíces profundas no sentir colectivo galego.

🌿 Que celebramos realmente?

Non é só unha festa relixiosa ou institucional. É unha ocasión para recoñecer a nosa identidade como pobo, para falar galego con máis orgullo ca nunca, para lembrar ás persoas que loitaron por que a nosa cultura non desaparecese. É un día para escoitar gaitas, ver as prazas cheas, e sentir que Galicia é presente, pero tamén futuro.

📚 Galicia é...

  • Historia: dende os castrexos ata a emigración.

  • Cultura: Rosalía, Castelao, Manuel Antonio, a nosa literatura, a nosa arte.

  • Lingua: unha das grandes riquezas que nos define.

  • Paisaxe: montes verdes, rías fondas, praias salvaxes.

  • Xente: traballadora, acolledora, teimuda, valente.

🌍 Por que este día tamén é para o mundo?

Porque Galicia non só se vive aquí. Galicia vive en Bos Aires, en Caracas, en Xenebra ou en México DF. Galicia é tamén a morriña que levamos dentro cando estamos lonxe. Por iso, o 25 de xullo é para todos os galegos e galegas, na casa ou na diáspora.

✨ Que podemos facer neste día?

  • Ler un poema de Rosalía.

  • Escoitar música tradicional.

  • Visitar un lugar simbólico da nosa historia.

  • Contarlles ao noso alumnado ou aos nosos fillos e fillas que a nosa cultura merece ser coidada e celebrada.


Galicia non é só unha terra. É unha forma de estar no mundo. É paciencia e forza. É chuvia e lume. É berro e silencio.
E hoxe, celebrámola con orgullo. Un biquiño, V.

jueves, 17 de julio de 2025

El año del terremoto...



Capítulo 3


Hay años que no se olvidan.
No por lo que lograste, sino por lo que sobreviviste.
Años que parten tu historia en dos.
Años que no caben en palabras, pero que marcan cada parte de tu cuerpo.
Empezó con un cansancio que no era solo físico.
Era un agotamiento silencioso, acumulado.
El cuerpo me hablaba: insomnio, dolor, nudos en el estómago, dificultad para respirar.
La mente me gritaba: “no llegas, no puedes, no vales”.
Y yo, en lugar de parar, apretaba más. Porque me habían enseñado que rendirse era fracasar.
Estaba preparando una oposición.
Y aunque esa palabra pueda sonar académica o profesional, en mi caso, era mucho más.
Estudiar era mi forma de sobrevivir.
Aferrarme a un objetivo era lo único que me mantenía de pie mientras todo a mi alrededor —y dentro de mí— se caía a pedazos.
A los pocos meses, llegó el golpe.
Perdí a mis dos bisabuelos con días de diferencia.
Uno de ellos era como un refugio. Una raíz que me sostenía.
Y no tuve tiempo de parar.
No hubo duelo. No hubo pausa. Solo una mudanza repentina, otro cambio brusco, otra señal que mi cuerpo no soportó.
Con el silencio o el ruído de la casa nueva vinieron los recuerdos que más temía.
El trauma.
Las escenas que llevaba años intentando olvidar.
Pesadillas. Crisis. Disociación.
Atracones y vómitos más frecuentes pero también cierta tranquilidad que me dio la distancia de mi antiguo hogar. Los primero días fueron sin saber si era hambre, miedo o vacío.
Tomaba medicación para calmarme.
A veces funcionaba. A veces no.
Me ayudaba a dormir unas horas, pero el dolor emocional no se iba al despertar.
Y sin embargo, seguía estudiando.
Seguía como si pudiera tapar la herida con un esquema. Como si un título pudiera sanarme.
Ese año me rompí muchas veces.
Pero también empecé a verme.
A decir “no puedo”.
A llorar sin esconderme.
A nombrar lo que callé durante años.
A reconocer que estudiar con un TCA, con ansiedad, con duelo, con trauma… es una hazaña que nadie premia pero que debería conmemorarse.
Y por eso este capítulo existe.
Porque hay muchas mujeres que están intentando opositar mientras sostienen vidas que pesan el triple.
Mujeres que se levantan con los ojos hinchados de llorar, que memorizaron leyes con el corazón roto, que repasan temas con el cuerpo dolorido y la mente fragmentada.
Este capítulo es para nosotras.
Las que estamos luchando por un futuro sin haber tenido un pasado justo.


🔥 Lo que aprendí en mi año terremoto
🧷 Guía exprés para días de colapso
No se trata de rendirte.
Se trata de cuidarte mientras todo tiembla.

🌱 A quien esté pasando su propio terremoto
Tal vez no sabes cómo seguir.
Tal vez todo duele, todo pesa, todo abruma.
Y sin embargo, estás aquí. Leyendo esto.
Eso ya es un acto de valor.
No todo lo que se rompe se pierde.
A veces, lo que se rompe… es lo que ya no podías sostener.
Y eso también es liberación.
Nos leemos, V.

Para mí, ese año fue primero el 2005 y después 2024 y 2025.

  • No siempre se trata de avanzar. A veces, resistir es suficiente.

  • No necesito justificar mi dolor. Si duele, es real.

  • No soy débil por no poder con todo. Soy fuerte por no haberme soltado.

  • Estudiar en estas condiciones ya es una victoria.

  • Puedo tener miedo y seguir. Puedo tener heridas y aún así construir.

Cuando todo te supere, prueba esto:

  1. Siéntate. Respira. Apoya los pies en el suelo.

  2. Nombra lo que te está pasando. “Estoy triste”, “estoy saturada”, “me siento sola”.

  3. Di en voz alta: “No tengo que poder con todo hoy”.

  4. Cierra los apuntes. Haz algo que te dé alivio (aunque solo sea quedarte en silencio).

  5. Si puedes, escribe o envía un mensaje a alguien seguro.

  6. Y si nada ayuda, aguanta el momento sin exigencia. Ya pasará.

martes, 15 de julio de 2025

El momento es ahora: cómo calmarte cuando todo está en juego...

 


Hay momentos en la vida que parecen diseñados para ponernos a prueba. Días donde todo el esfuerzo, las horas de estudio, la lucha silenciosa o los sueños que hemos cuidado con mimo llegan a su punto culminante. Una exposición, una oposición, una entrevista, una actuación, un examen... Sabes que es el momento, y justo ahí aparecen ellos: los nervios.

Esos nervios que no siempre son mariposas bonitas, sino más bien tormentas en el estómago. Las dudas, el miedo a no estar a la altura, la presión de querer hacerlo bien. Te tiembla la voz, te sudan las manos, y una parte de ti solo quiere salir corriendo.

Pero te voy a decir algo importante: estar nerviosa no significa que no estés preparada. Significa que te importa. Que estás implicada. Que llevas tanto dentro que no puedes permitirte que pase sin más.

Y sí, puedes aprender a convivir con esos nervios sin que te paralicen. Puedes hacer de ese miedo tu impulso. Porque lo que has construido hasta ahora no se borra por una inseguridad pasajera. Porque lo que eres vale mucho más que un único momento de presión.

Hoy te dejo algunos consejos que a mí me han servido cuando me he encontrado justo ahí: a un paso de jugármelo todo, sintiéndome más frágil que nunca… pero decidiendo seguir adelante.


PAUTAS PARA AFRONTAR TU MOMENTO CLAVE CON SEGURIDAD

  1. Recuerda tu porqué
    Haz memoria del camino recorrido, los sacrificios, las horas invertidas. Conecta con la razón por la que empezaste: no llegaste hasta aquí para rendirte ahora.

  2. Acepta los nervios como parte del proceso
    No luches contra ellos: respíralos. Están ahí porque este momento importa. Dales espacio, pero no el control.

  3. Visualiza el éxito
    Imagínate haciéndolo bien. Tu voz firme. Tu mirada segura. Tu cuerpo presente. La visualización positiva puede engañar al miedo y reforzar tu confianza.

  4. Habla contigo con amabilidad
    No eres una máquina. Háblate como hablarías a tu mejor amiga si estuviera en tu lugar: con ternura, con apoyo, con orgullo.

  5. Diseña tu ritual previo
    Música, respiración, afirmaciones, una frase en una nota... Crea un pequeño anclaje emocional que te centre y te calme antes de lanzarte.

  6. Recuerda que tu valor no se mide por un resultado
    Eres mucho más que ese momento. Pase lo que pase, ya eres valiente por haber llegado hasta aquí.


Espero que estos consejos os sirvan, un beso...V.

sábado, 12 de julio de 2025

La adultez con mochila invisible





Capítulo 2


Crecer no fue lo que me prometieron.

Siempre pensé que, al llegar a cierta edad, todo se colocaría: la estabilidad, la seguridad, las certezas. Pero la verdad es que la adultez me llegó con el corazón lleno de cicatrices y una mochila invisible que casi nadie ve, pero que pesa cada día.

Trabajo, estudio, pago facturas, organizo mi vida. Desde fuera, cumplo con lo que se espera de una mujer adulta. Pero lo que no se ve es el esfuerzo constante que hago para sostenerme por dentro. La lucha diaria por mantenerme entera, cuando lo que siento muchas veces es que me estoy desmoronando en silencio.

Hay días en los que funciono por inercia. Me levanto, desayuno, trabajo, estudio… y por dentro solo hay niebla. Un cansancio profundo que no se arregla durmiendo. Un dolor emocional que no tiene forma, pero que aprieta.

No hay red. No hay descanso real. Porque cuando vives con ansiedad, TCA y un pasado que sigue respirando detrás de ti, hasta las cosas más cotidianas se sienten como cuestas empinadas. Ir a una reunión, enfrentar un espejo, planificar una semana, comer en público, rendir… todo se convierte en un reto. Un reto silencioso que nadie aplaude.

Y lo peor es que he aprendido a disimularlo. A sonreír cuando quiero llorar. A decir “todo bien” cuando en realidad tengo un nudo en la garganta. A seguir adelante sin pedir ayuda, porque durante mucho tiempo sentí que pedir era molestar. Que sentir era debilidad. Que descansar era rendirse.

Pero poco a poco he empezado a entender algo: no tengo que cargar con todo sola. No tengo que demostrar que puedo con todo. No tengo que “ganarme” el derecho a parar.

Pedir ayuda no me hace menos adulta. Descansar no me hace irresponsable. Ser vulnerable no me hace débil.

Y si tú también te estás exigiendo demasiado, si cargas con cosas que nadie ve, si sientes que no estás hecha para esta vida que parece pedir siempre más… te digo lo que intento recordarme cada día:

🌾 No tienes que ser perfecta para merecer amor.

🌾 No tienes que rendir todo el tiempo para ser valiosa.

🌾 No tienes que sostenerlo todo tú sola.

Consejos desde una mochila invisible

• No compares tu camino con el de quien no carga lo mismo.
• Haz pausas sin pedir permiso.
• Nombra lo que te pesa. Decir “estoy cansada” también es un acto de dignidad.
• Si puedes, busca una red que no te juzgue. Aunque sea una persona. Aunque sea tú misma.
• No minimices tu dolor por miedo a incomodar.
• Es válido no poder con todo.
• Es válido pedir ayuda.
• Es válido parar.

Así me hablo ahora

• “No soy perezosa, estoy agotada. Y tengo derecho a descansar.”
• “Hoy no he sido productiva, pero he sido humana. Y eso vale.”
• “No tengo que entenderlo todo para validarlo. Si me duele, me duele.”
• “Estoy haciendo lo mejor que puedo con lo que tengo. Y eso es suficiente.”
• “Merezco cuidado. Incluso cuando no he hecho ‘nada’.”

Y tú…?

• ¿Qué cargas llevas que los demás no ven?
• ¿A quién podrías contárselo sin miedo?
• ¿Qué dirías si vieras a otra mujer tratándose como tú te tratas a ti misma?
• ¿Qué pasaría si empezaras a darte tregua?

Puedes escribir tus respuestas. O simplemente sentarte con ellas en silencio. Lo importante no es tenerlo claro, es atreverse a mirarlo sin culpa.

sábado, 5 de julio de 2025

Reflexión...

 






A veces, me caigo.

Ayer fue uno de esos días. Esperaba que salieran las notas del tribunal de la oposición, y no fue así. Esa espera, esa incertidumbre que se alarga y se clava, me hizo perder el equilibrio emocional. Tuve que recurrir a la medicación de rescate. Y aunque sé que no es un fracaso hacerlo, me dolió. Mi cabeza entró en bucle. Los pensamientos intrusivos, negativos, hirientes… volvieron con fuerza.

No me apetecía hacer nada. Ni hablar con nadie. Me sentí apagada por dentro.

Hoy tenía planes: iba a ir al festival PortAmérica con mis amigas y mi hermana a ver a Melendi. Un plan bonito, ¿no? Pero en lugar de ilusión, sentí pánico. Pánico real.
Pánico de que me vieran después de tantos meses difíciles. Pánico de que notaran en mi cuerpo las secuelas de todo lo que he pasado. Miedo a estar rodeada de gente, de ruido, de miradas. Y también con el impulso del atracón y del vómito. Esa vieja trampa que me promete alivio pero siempre me deja más rota. 

Cinco minutos. Solo eso. Cinco minutos de parar, respirar y recordarme que no puedo dejar que esto me arrastre. Que tengo que seguir. Que tengo que luchar, aunque sea con pasos pequeños, aunque tiemble por dentro.

Pero lo haré de forma controlada, escuchándome. Iré con mi kit de emergencia emocional, con mis herramientas, con mi red de apoyo. Y si en algún momento necesito parar, lo haré.

Y además, como si no fuera suficiente, tuve que luchar también con la sed. Esa sed que no es de agua. El impulso de calmarme con alcohol, de anestesiar el vacío.

Pero por la noche… por la noche algo dentro de mí dijo ya.

Hoy voy a ir al concierto. No para aparentar nada. No para forzarme. Voy porque quiero superarme, porque merezco vivir también los momentos bonitos.

No sé cómo saldrá. Solo sé que no me rindo.

Por si a alguien le ayuda, os dejo mi "kit de emergencia emocional".

🕒 ANTES DE SALIR

  1. Revisa tu cuerpo con cariño:

    • ¿Tengo hambre real? ¿Tengo sed? ¿Estoy cómoda con la ropa?

    • Elige ropa que te haga sentir segura y ligera.

  2. Llévate contigo:

    • Una pulsera o anillo que puedas tocar si sientes ansiedad. Yo tengo uno de cuentas que me regaló Nuris hace muchos años y siempre me da calma y me ayuda a orientarme, literalmente ya que me cuesta distinguir derecha de izquierda...salvo cuando son las votaciones eh 😃.

    • Chicles o caramelos sin azúcar (para calmar el impulso oral sin recurrir a otra cosa).

    • Una botellita de agua.

    • Tu medicación de rescate, si la necesitas.

  3. Frase ancla antes de salir:

    “Puedo estar incómoda y aún así seguir adelante con amor hacia mí.”


🎶 DURANTE EL CONCIERTO

  1. Zona de seguridad:

    • Ubica un punto tranquilo al que puedas ir si necesitas un respiro.

    • Informa a una persona de confianza de cómo te sientes.

  2. Respiración 3-4-5 (si te desregulas):

    • Inhala 3 segundos

    • Retén 4 segundos

    • Exhala lento 5 segundos

    • Hazlo 3 veces tocando tu pulsera o el borde de tu pantalón.

  3. Pensamiento protector:

    “No estoy sola. Tengo derecho a disfrutar a mi ritmo. Nadie ve lo que yo veo de mí.”


🌙 AL VOLVER A CASA

  1. Ritual de vuelta a la calma:

    • Dúchate con agua templada, si puedes.

    • Pon una luz cálida y música suave, Coldplay siempre es mi elección.

    • Escribe en una libreta: ¿Qué fue lo mejor de hoy? ¿De qué me siento orgullosa?

  2. Frase de cierre del día:

    “Hoy no gané la batalla perfecta, pero elegí luchar sin dejarme caer. Y eso me honra.”

     

Un beso, nos leemos...V.

jueves, 3 de julio de 2025

Sobrevivir sin saber que una está sobreviviendo...


 


Capítulo 1

Durante años no supe que lo mío tenía un nombre.
No era ansiedad. No era trauma. No era trastorno.
Era simplemente yo. O eso creía.


Pensaba que vivir con miedo era lo normal. Que la tristeza que se instalaba en el pecho, esa que no se quitaba ni con música ni con abrazos, era parte de crecer. Que no dormir bien, tener el estómago encogido, odiar los espejos, sentir culpa después de comer, vivir con el cuerpo en alerta... era lo que a todos les pasaba pero nadie decía.
Así que lo callé. Lo envolví todo en silencio. En años de silencio.


Empecé a sobrevivir antes de entender lo que significaba esa palabra.
Sobreviví cuando, de niña, me rompieron la inocencia y me enseñaron a tener miedo del contacto, del cuerpo, del deseo, de los demás.
Sobreviví cuando, muy pequeña, aprendí a dejar de confiar.
Sobreviví cuando nadie me preguntó si estaba bien. Cuando no había palabras. Solo miradas esquivas y secretos.


Fui la niña buena, la lista, la educada, la callada.
Porque si cumplía, si me portaba bien, tal vez dejaría de doler.
Pero no dolía menos. Solo dolía en silencio.


En la adolescencia el dolor cambió de forma. Se volvió hábito.
Me peleé con la comida, con el cuerpo, con el espejo. Me perdí en atracones que me vaciaban y en vómitos que me castigaban. Comía para silenciar, vomitaba para olvidar. Y cuando no hacía ninguna de las dos cosas, simplemente me odiaba.
Pero ni siquiera sabía que eso era un trastorno. Solo pensaba que estaba defectuosa. Que el problema era yo.


Crecí y aprendí a funcionar. A sacar buenas notas, a parecer fuerte, a no faltar al trabajo. A ser eficiente. A no molestar.
Me convertí en la mujer que “lo puede todo”. Hasta que el cuerpo dijo basta.
El cuerpo siempre lo dice antes que tú.
Empieza con no dormir. Luego vienen las crisis de pánico, la taquicardia, el temblor. Después llega la niebla mental. Y al final, una mañana cualquiera, simplemente no puedes más.


Sobrevivía cuando iba al trabajo con un nudo en la garganta.
Sobrevivía cuando estudiaba con lágrimas secas en los ojos.
Sobrevivía cuando decía “estoy bien” por costumbre.
Sobrevivía cuando me tragaba todo lo que necesitaba decir.
Sobrevivía cuando comía con culpa o dejaba de comer para sentir que tenía el control.
Sobrevivía cuando me decía que no tenía derecho a descansar, a sentir, a parar.
Y entonces, un día, algo se rompió. O se abrió. O se reveló.

Fue una mezcla de agotamiento, duelo, miedo y claridad.
Un “ya no puedo más” que no vino con rabia, sino con una especie de rendición dulce. Como si, por primera vez, mi cuerpo y mi mente se pusieran de acuerdo para decir: necesitamos ayuda.


El principio de verme. De nombrarme. De empezar a decir esto no está bien.
El principio de permitirme llorar sin culpa.
De contar la verdad sin adornarla.
De dejar de justificar el daño ajeno.
De sentarme frente al dolor y no salir corriendo.
No fue magia. No fue inmediato. Y aún no está resuelto.
Pero ese día comenzó algo distinto.


Y si tú estás leyendo esto con la sensación de estar aguantando de más, si te identificas con lo de “funcionar” aunque por dentro estés temblando…
Solo quiero decirte algo que me habría gustado que alguien me dijera a mí:
No estás loca.
No estás rota.
No estás sola.
Solo estás sobreviviendo.
Y eso no es vivir.
Pero se puede volver a empezar.
Incluso desde ahí. Incluso desde el fondo.


¿Cómo saber si estás sobreviviendo?

  • Si te cuesta respirar y no sabes por qué.

  • Si todo lo haces por obligación, incluso dormir o comer.

  • Si sonríes por fuera pero por dentro te estás apagando.

  • Si te sientes culpable por descansar.

  • Si tienes miedo constante a fallar, aunque estés agotada.

  • Si sientes que nadie te ve del todo, ni siquiera tú misma.

  • Si tienes que recordarte a diario que vale la pena seguir.

Si te reconoces en esto… no estás sola. No eres rara. Estás sobreviviendo y eso también es señal de fuerza, aunque estés cansada de demostrarlo.

 

"Durante años quise desaparecer. Hoy, quiero aprender a quedarme."


Os dejo una de mis canciones y de dos de las personas que más quiero Andre y Nuris. Gracias por ser y estar, a pesar de mí.

Nos leemos.

V.

martes, 1 de julio de 2025

A pesar de todo…


 Introducción


No escribo esto para contar mi vida. Ni para hacer un resumen de mis heridas, ni para recibir compasión. Escribo esto porque, durante mucho tiempo, pensé que estaba sola. Que lo que me pasaba no tenía nombre, ni explicación, ni salida. Que había algo roto en mí que nadie más podía ver.


Y ahora sé que no es así.


Sé que hay otras mujeres —quizá tú, que estás leyendo esto— que se levantan cada mañana con un nudo en el pecho, con una historia silenciada, con un cuerpo que no sienten suyo, con una lucha interna que no cabe en una palabra. Mujeres que estudian, que trabajan, que sonríen… y que por dentro, a veces, solo quieren que todo se detenga un poco.


Si esta historia puede servir para que alguien se sienta un poco menos sola, un poco más comprendida, un poco más sostenida… entonces habrá valido la pena escribirla.


Porque seguir en pie también es una forma de victoria.

Y tú también puedes.


Para mi Potranquita...gracias hermana del alma!

Un beso, V.



Nueva etapa...

 

Hola a todas y todos, Durante un tiempo, este blog estuvo en silencio. Un silencio necesario. A veces la vida nos obliga a hacer pausa, a mirarnos por dentro, a reconstruirnos desde lugares que no siempre se ven. Hoy vuelvo, con otra mirada, con más calma, con más verdad. No soy la misma que escribía aquí hace un año. Y eso, en realidad, es una buena noticia. A partir de ahora publicaré cada martes, jueves y sábado. Serán entradas donde seguiré compartiendo recursos educativos, pero también reflexiones, pensamientos y emociones que nacen de un proceso personal profundo. Porque escribir también es sanar. Y porque hay experiencias que, aunque no se cuenten, merecen encontrar su voz. Gracias por estar, por volver, o por llegar por primera vez. Comienza una nueva etapa. Con cariño, Vero – A clase con Vero

No rendirse también es una forma de éxito...

  Preparar una oposición no es solo estudiar. Es sostener una expectativa en medio del caos. Es organizarse cuando la mente está desordenada...